Y eso no es todo: de los beneficios obtenidos de la colaboración entre la microbiota y las células intestinales (enterocitos) también hay otros beneficiados: ¡nosotros!
En efecto, el intestino produce ciertos neurotransmisores, como es el caso del 95% de la serotonina (la hormona de la felicidad), de ciertas enzimas (peptidasas y lactasa) y de vitaminas (sobre todo B12 y K), así como de numerosas moléculas mensajeras del sistema inmunitario (ARNm). Estas sustancias pueden influir en el estrés que padezcamos e incluso determinar nuestro carácter. Y prueba de ello es que si se le practica un trasplante de microbiota intestinal de un ratón aventurero a los intestinos de un ratón temeroso, éste último se vuelve más valiente. La expresión “tener redaños para algo” es, por tanto, literalmente cierta (“redaño” es lo mismo que “mesenterio”, un repliegue del peritoneo).
Por otra parte, estas bacterias parecen ser capaces de producir compuestos químicos que regulan el apetito, la digestión y la sensación de saciedad.
Investigadores de los Países Bajos descubrieron que, al trasplantar la microbiota de ratones delgados en los intestinos de ratones con síndrome metabólico (obesidad, diabetes e infecciones vinculadas a la disminución de la sensibilidad a la insulina), se observaba un aumento pronunciado de la sensibilidad a la insulina de los ratones enfermos y, por tanto una mejora de su estado.