Cuando digo que la mayoría de estos microbios parecen pasivos, no es del todo exacto: en realidad, tienen la virtud (la mayoría) de que ocupan espacio, y con ello impiden que los microbios patógenos se instalen y se multipliquen. En este sentido, su presencia constituye un escudo defensivo que resulta imprescindible en nuestra vida. Por ello, lo peor que podría hacerse sería eliminar con lejía las bacterias que recubren alguno de nuestros órganos sensibles, como por ejemplo, los genitales o el intestino. Lejos de obtener una “limpieza total”, lo que conseguiríamos sería favorecer la aparición de nuevos invasores sin tener la certeza de que vengan con buenas intenciones. Así es como se producen las infecciones.

Por eso, resulta lamentable que llevemos más de un siglo dedicando tanto esfuerzo a matar microbios de forma indiscriminada a base de antisépticos, fungicidas y antibióticos, que no siempre son indispensables. (Nota: esto no es una crítica a los antibióticos, sino a su abuso).
Aunque no las veamos, aunque no las conozcamos, la mayoría de estas bacterias son nuestras amigas. Y tener 100 billones de amigos no es poca cosa.